¡Mucho sentimiento en: Carta a un padre que emigra!
Encontré este artículo publicado en ON   Cuba. Lo  tuve que releer. Pensé en tantos. No encontré la manera de compartirlo en  Facebook por más que busqué, por tanto copié y lo publico en Un Puente   desde  Puerto Padre, porque me gusta que mis amigos disfruten lo bueno tanto como   yo.
Espero que su autor entienda que lo hago con   toda  la admiración que me causa su trabajo, tan lleno de sentimiento.
Aparece firmado por Carlos M. Álvarez   quien  se define así: Ex   estudiante de periodismo y  ex ladrón de libros. No hay nada en particular que pueda aclarar de mí   porque  yo tengo un oficio una edad una familia y un amor parecido o semejante o  análogo al de casi todos los que no viven ni en África ni en Suiza y   porque  como preguntara un célebre poeta hace ya muchos años en un célebre poema   de un  célebre libro lanzado de súbito para la posteridad: "¿Quién no se   llama Carlos  o cualquier otra cosa?"
Lo titula: Carta al Padre que emigra.  
Pero nosotros,  
nosotros los solos,
los tristes,
los luctuosos (…)
¿en qué patria estamos ahora?
¿La patria, lejos de lo que se ama?
R.A.
nosotros los solos,
los tristes,
los luctuosos (…)
¿en qué patria estamos ahora?
¿La patria, lejos de lo que se ama?
R.A.
Viejo: desde que partiste he seguido   comiendo en  la calle. Lo que aparezca. Sigo maltratándome físicamente, pero ya no   tengo a  quien llamar para decirle que me vaya preparando algo, que estoy en su casa  sobre las siete o las ocho, y luego no aparecer. Ahora tengo hambre de tu  presencia. Yo me estaba alimentando más de lo que imaginábamos, viejo, y   no lo sabíamos.  Carestía de tu voz. Escasez de tu silencio y de tus pasos.
Marcaba desde cualquier lugar de La Habana y   tú, como fingiendo  seriedad, me decías no faltes, voy a esperar. Despreocupa, te respondía,   yo  voy. Y faltaba. Tú sabías que ya no llegaría e igual te quedabas   esperando,  hasta las once o las doce. Yo no iba, pero era capaz de verte: sentado en tu  sillón, con dos líneas de ron al alcance, música de fondo, luz mortecina   a tu  alrededor, partiendo siempre desde ti hacia parajes a los que yo, si   decidía  seguirte, llegaba con el último resuello. O no llegaba. Siempre te veo   lejos,  en la ciudad interior. Más valiente que ninguno. Más entero. Como pagando   un  precio que no quieres que comparta. Llevas un saco encima. El saco de las  posposiciones, el saco de la luz fosfórica.
¿Quién le puso esos plomos a la velocidad   de tu  pureza? ¿El error de quién cayó sobre ti? ¿Adónde ibas tú a   refugiarte, cuando  todos creían que seguías presente? Allí donde el resto concluía, tú   comenzabas.  Allí donde el resto descansa, en el círculo familiar, en el íntimo   rincón, tú  abres la ruta del humo. Tu rostro es una profundidad. Todo en ti es   paradojal,  por eso vas a permanecer. Le estabas quedando grande a este país.
Le estabas quedando tan grande que ni   siquiera lo  vas a reconocer, ni siquiera lo vas a pensar. Eres más hondo, viejo, que  cualquier consecuencia. Allí donde todos buscan un culpable, donde señalan   con  el dedo, donde yo mismo he lanzado un improperio, tú canturreas, inerme;   santo  apedreado. La literalidad no ha podido mellarte. Cuando el aire se redujo,   tú  seguiste estallando. El cascabeleo de tus llaves, que abren quién sabe   cuáles  puertas. Tú en medio de un paraje desierto, tú en medio de la mutilación,   tú  intacto, como un peligro, como una evidencia de lo posible. Tú como lo que   pudo  ser y no fue, como lo que pudo haber sido, tú ahora, pero siempre dos   tramos  de  agua por delante.
La única claridad son nuestras mutuas  confusiones. La certeza de los otros es la prueba infalible de sus farsas.  Parece que te has ido, tú, que siempre te quedas, que te has quedado más   que  nadie, que siempre te quedarás, aun cuando los cobardes te desuellen.
Ahora tengo una boca que no se llena, una   visita  por hacer, una conversación pendiente, colgada en la ansiedad, al finalizar   el  día. Soliloquio al cabo, como todas las conversaciones pendientes. No   recuerdo  tu último rostro, no sé qué cara tenías la última vez que te abracé.   No sé qué  recuerdas tú de mí, si tienes una última imagen. Casi me estaba cayendo   en la  despedida, casi que evitaba irte de frente. Había un derrumbe en la  aprehensión. La capa de dolor me impidió quedarme. Pero el dolor,   proyectado en  el tiempo, lanzado como una saeta viva, aclara finalmente lo que pongamos   bajo  su estela, elimina la película vaga que recubre los objetos y los sucesos  cuando los objetos y los sucesos están ocurriendo, cuando el acto nos   contiene.
Yo voy a poner tu rostro bajo la luz de la   vela,  voy a regar zumo sobre la letra invisible de tu testamento, y voy a   descifrar  lo que has venido diciéndome. Van a definirse, de a poco, el verde de tus   ojos,  tu frente tibia, la amplitud de tu hombro, mi viga más fuerte. Yo voy a  trabajar en la noche, detalle por detalle, tu última andanada, hasta el   día del  reencuentro, y luego voy a quemar el trazo, la evocación; soplo feroz.
¿Revisaste ya los libros que te empaqué?   ¿Leíste  a Rafael Courtoisie? Te vas a deleitar mucho al leer sus poemas y reafirmar  –con ese orgullo propio de las comprobaciones, leve e intraducible  satisfacción– que entiendes lo que está pasando, que has entendido de   qué se  trata todo, que siempre lo has sabido. Eso que discurre, subterráneo. En   Cuba,  o donde sea, el secreto va en ti. Cuba, viejo, cada vez menos física, cada   vez  más una línea fraguada, el blanco a través del diamante. Cuba, huyendo de   sí,  buscando refugio; vestigio al acecho.
¿Leíste El rayo que no cesa? De ese   libro  es Elegía, la que tantas veces escuchamos juntos. ¿Leíste ese   verso en  que de nostalgia tienes inclinado / medio cuerpo hacia mí, medio hacia   el  hoyo? ¿Recuerdas cómo reíste cuando yo te declamaba el soneto donde   Miguel  Hernández le libaba la flor de la mejilla a la amada, y luego la amada  vigilaba, celosamente, ¡con qué cuido!, la boca de Hernández,   para  que no se vicie y se desmande, porque Hernández era un cabrón   astuto?
Hay algo en ti que me recuerda la fuerza de  Miguel, ese impulso de la tierra, esa recia ternura de hombre, una mortaja  tibia que viene del huerto y de la abeja. Un toro solo en la ribera llora   /  olvidando que es toro y masculino. Hay algo en ti intocado, como si  hubieras muerto joven.
Te me has perdido, de nuevo, un rato de la   vista.  Pero no pasa nada, viejo. Ya iba siendo tiempo. Solo llámame y no tardes.   Si te  complicas, ven igual. Estás escaseando. No pases hambre. Yo te voy a   esperar  con el plato en la mesa. Hasta las once. Hasta las doce. Hasta la hora que   sea.  Ven siempre. Toca la puerta. Di mi nombre. Hay ron y poemas guardados para  cuando llegues.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
Muy bonito Jose sin palabras para comentarlo, pero sinceramente no hace faltaa
ResponderEliminarEspectacular, me recuerda mucho a mi padre, el aún no parte, un día lo hará y quisiera tener palabras para hablarle y decirle antes de su ida cuanto a significado en mi vida, cuanto he aprendido de él y cuanto, aun sin palabras , he sabido que me ama. Creo que ha sido el mejor padre del mundo. Siempre trabajando, siempre intentando llevar el plato de comida a la mesa, y siempre haciendo el esfuerzo mayor para poder darnos el techo donde vivir, la ropa con que cubrir nuestros cuerpos y los consejos que nos harán ser mejores o evitaran que tropecemos tantas veces que aprenderemos de una vez a caminar levantando los pies. Hoy mi padre tiene 75 años, pero aún es fuerte, no tanto como él o como yo quisiera, pero mantiene esa energía por el trabajo que lo hace ser incansable y que muchas veces envidio pues teniendo muchos años menos que él ya me siento mucho más viejo. Hay una canción que cuando la escucho se me oprime el pecho y se me llenan los ojos de esa humedad tierna que llamamos lagrimas, la canción se llama "Mi Viejo", y de verdad que la escucho con tanto sentimiento que a veces me duele no decirle las suficientemente veces cuanto lo amo y cuanto lo admiro, cuanto hubiera querido ser como él y ganar las batallas que ganó en la Sierra Maestra y en la vida. Quisiera que viviera para siempre, eso es imposible, pero ya voy sembrando en mis hijos el amor infinito por su abuelo, el respeto a sus criterios, a su lógica, que aunque ya es obsoleta no deja de enseñarme y sorprenderme, de sentir el orgullo de ser parte de esa gran familia que creó y construyó a lo largo de mas de 50 años de matrimonio junto a la otra joya de la familia, mi madre querida. Gracias Jose una vez mas por darnos la oportunidad de compartir algo maravilloso y único. Un abrazo para ti y mis saludos y afectos a mis padres amados en Chaparra, Flerida y Antonio, o Polito, como lo conoce todo el mundo en el pueblo.....
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